El terreno Pájaros en la cabeza, tiene una alberca redonda construida por algún “tatara-” de Esther, cuyo uso en los últimos 20 años, ha sido el de albergar las inmundicias varias de los agricultores de la zona.
Durante este mes en el que Esther ha estado dándole duro a
la redacción del proyecto para presentarlo en la facultad, yo he estado
trabajando quitando la basura acumulada durante decenios en nuestra futura piscina. Miles de
kilos de cóctel de desechos que ya había creado un microclima en el que las
avispas eran las reinas.
En realidad, no puedo decir de la gente que ha usado la alberca como contenedor durante estos años, que sean unos absolutos cerdos, porque doy fé de que en al menos dos ocasiones, la musa de la higiene ha llamado a su puerta. Lo que pasa es que en su caso no llegó con bolsas de basura y escoba, sino con gasolina y un mechero, por lo que he tenido que lidiar con dos costras de 4 metros de diámetro, de desechos plásticos derretidos. Sintiéndome un poco arqueóloga al poder descubrir formas reconocibles entre tanta masa informe.
Durante las últimas dos semanas, cada mañana he cogido mi bicicleta, mi azada y a la Chula y me he ido silbando hasta allí, sintiéndome un poco como mi vecino Ciriaco – pero sin blusón negro, sin albarcas y
sin mula - ¿Será esto que ya voy siendo un poco neorural?-
En mi tarea de limpieza, he separado las botellas que aún
estaban enteras del resto de basura, para poder utilizarlas como material de construcción. Disponemos de cientos de
ellas, sobre todo botellines de cerveza, así que habrá que ir pensando donde
pasarán su segunda vida.
Hoy, después de dos semanas de mañanas nadando en la
inmundicia, puedo decir que la alberca esta limpia.
He superado esta prueba con tan
solo una picadura de avispa en el brazo, un pinchazo de cristales en la mano y una decena de fotos como testimonio. Pasamos a la
siguiente fase: operación reparación.
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